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DE MARZO
LAS MERINDADES
DE BURGOS
Se
había retrasado mucho el verano y habíamos
comenzado la primavera con aspecto de invierno, cosa
nada de extrañar. Salimos de Donosti un poco
encapotados y pronto nos tocó oler a nieve;
un olor que nos acompañó durante todo
el viaje y eso le dio un encanto especial. A media
mañana llegamos a Oña
y visitamos la iglesia del Monasterio de San
Salvador, fundado en 1011 por el conde Sancho
García como cenobio y que fue entregado
cincuenta años más tarde, por Sancho
el Mayor de Navarra a los cluniacenses. Es
realmente impresionante por sus espacios y la riqueza
de sus contenidos. Lástima que el guía
que nos atendió, que era excelente guía,
pero muy serio, nos prohibió hacer fotos del
interior. Nos perdimos pues la oportunidad de traernos
a casa, y poder incluir en este reportaje, imágenes
de su iglesia tardogótica, con restos románicos,
su impresionante retablo barroco, su Cristo
románico,
su
órgano,
sus
pinturas,
la sillería gótica del coro y las tumbas
de lo condes Sancho García
y su esposa Urraca, García
Sánchez y los reyes Sancho
el Mayor de Navarra y su esposa Doña
Mayor y Sancho II de Castilla.
Las imágenes que mostramos están obtenidas
de diferentes folletos publicitarios. El claustro
es gótico y muy rico, y pudimos fotografiarlo.
El antiguo monasterio
es hoy un centro asistencial y solo podemos disfrutar
de su fachada. Visitamos más tarde la Iglesia
de San
Juan, que su simpático
párroco nos la muestra con naturalidad. Después
recorrimos el pueblo y comimos en un lugar de extraño
nombre, pero eficiente cocina y amable trato: una
paella y un redondo impecables. A continuación
nos trasladamos a Frías, un
lugar que hay que conocer por su particular trazado
vrtical, lleno de pendientes,
balcones al vacío y restos de bodegas
de txakoli (?). La ciudad más pequeña
de España, con tan solo 250 habitantes, nos
adelanta la rubia guía que nos adentra en su
historia y nos muestra el convento
de San Francisco, la Iglesia
de San Vicente, la judería y las diferentes
murallas
con sus casas colgantes. Una de ellas, que hace de
Casa
de Cultura,
y que visitamos nos descubre la estructura de madera
y los secretos pasadizos de ronda. La foto
de grupo
la hacemos en Tobera, ante su gruta
con la ermita, el puente y el humilladero. Un buen
recuerdo. De vuelta a casa vemos Paseando
a Miss Daisy, la simpática película
de Bruce Beresford, y espero que
ninguna de las Amigas se identificase con Jessica
Tandy, ni que José Mari,
el chófer, que ya es uno de los nuestros, lo
hiciera con Morgan Freeman. Por el
camino, entre embalses, rios y presas, paramos a ver
las dos torres de Fontecha: la de
Orgaz
y la de los Velasco.
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Monasterio
de San Salvador de Oña
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Casas
colgadas de Frías
Iglesia
de San Juan de Oña
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26
DE OCTUBRE
LAS TIERRAS
DEL MUDÉJAR. TERUEL Y ALBARRACÍN
Teruel
es fría, dicen, por decreto, por tradición
y porque le da la gana. Teruel
existió, existe y seguirá existiendo
mientras haya personas con interés por el
mudéjar. Teruel
es la ciudad menos poblada de España,
pero tiene una densidad de edificios de interés
mucho más alta que la media. ¿Cómo
que Teruel existe? Si no fuera
así, nos perderíamos una de las ciudades
más bellas del planeta. Y lo del frío,
un complot de los medios, una conspiración
judeo-masónica, que decía el ísimo.
El viaje de ida, largo. Dio para dos pelis
entretenidas que nos propuso y comentó Fabián:
una española de los 50, con un Fernán
Gómez atolondrado y una Analía
Gadé en plena sazón. La otra,
de un submarino rosa con unas sargentas muy poco
guerreras para la guerra, que no hacían más
que estorbar y distraer a los soldados, también
poco guerreros, por los pasillos, en las duchas
y hasta en la sala de máquinas. Llegamos
tarde, justo a cenar, y nos costó encontrar
una calle por donde pasara el autobús Nos
salió al encuentro una torre mudéjar,
que no se presentó, pero que nos dejó
boquiabiertos a todos.
El sábado, 27, amaneció espléndido.
Dos grados centígrados, tan azules y luminosos,
que parecían doce. Comenzamos la exploración
por la Iglesia
de las Carmelitas,
que aunque no estaba programada, estaba a mano,
pegada a la Plaza
Pérez Prado,
donde fotografiamos el Seminario,
la Biblioteca y la Torre
de San Martín.
Pasamos bajo sus faldas y nos hicimos la primera
foto de grupo, antes de atravesar otras faldas más
airosas y con más piernas, las del acueducto.
Visitamos la Plaza
de la Catedral, que acoge el
Ayuntamiento. Seguidamente el Museo
Provincial, que recorrimos desde
las caballerizas, en la planta baja, que muestra
una importante colección de artesanía
y oficios tradicionales, hasta las plantas superiores,
destinadas a la arqueología más o
menos profunda. La calle nos regaló un poco
de dixieland, alegre y
dinamitero, y las célebres almejas
de Teruel, mejores que las de Pedreña.
¡En serio! Subimos a la torre
de El Salvador, y por la tarde
tocaba el Mausoleo
de los Amantes, con su impresionante
iglesia
de San Pedro, policromada y
su torreón mudéjar
del S. XIII. Luego la catedral
de Santa María de Mediavilla,
donde no se nos permitió hacer fotos. Un
majestuoso retablo teñido en diferentes tonos
de nogalina y un artesonado, de 1300, único
en su estilo, que justifica una visita a la ciudad.
Alguna foto inevitablemente robada y otras, más
tarde, a ras del callejeo. La célebre Plaza
del Torico, cerrada por obras
de reconversión en moderna plaza, y la Escalinata,
tan cercana al hotel, quedó a medio visitar.
Solo hasta el bajorrelieve de los amantes.
De noche, libres de compromisos monumentales, toca
descubrir los templos de jamón, dulces y
otras opciones gastronómicas más emergentes,
que se dice ahora.
El domingo, amaneció más azul, si
cabe. A cuarenta kilómetros nos esperaba
Albarracín.
Decir espectacular o impresionante,
es quedarse corto. Nos habían dicho que era
demasiado bonito, y algunos comentamos
que era el pueblo más hermoso que hayamos
conocido. No se puede destacar nada. Todo es armónico:
el paisaje,
las casas,
las murallas, las calles,
etc. Además el otoño había
coloreado los árboles de todas las gamas
de verdes, amarillos, dorados y violetas. El cielo
era del color marino y las piedras granates. Foto
de grupo
sobre una torre, junto al cementerio. Alubias blancas
y codillo (más bien codazo) para comer en
un asador cercano y vuelta a casa. Seis horas que
dieron para siesta y dos pelis de Woody
Allen: Balas sobre Broadway
y Hannah y sus hermanas.
Un buen final.
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Nos
recibió embozada a la puerta del
hotel. Distante y elegante. Luego supimos
que era la torre de El Salvador y que, tras
un turbio pasado de faldas, tomaba copas
en un bar de al lado. Nos hicimos buenos
amigos. |
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La
policromada Iglesia de San Pedro |
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Albarracín |
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