EXCURSIONES 2007


24 DE MARZO
LAS MERINDADES DE BURGOS

Se había retrasado mucho el verano y habíamos comenzado la primavera con aspecto de invierno, cosa nada de extrañar. Salimos de Donosti un poco encapotados y pronto nos tocó oler a nieve; un olor que nos acompañó durante todo el viaje y eso le dio un encanto especial. A media mañana llegamos a Oña y visitamos la iglesia del Monasterio de San Salvador, fundado en 1011 por el conde Sancho García como cenobio y que fue entregado cincuenta años más tarde, por Sancho el Mayor de Navarra a los cluniacenses. Es realmente impresionante por sus espacios y la riqueza de sus contenidos. Lástima que el guía que nos atendió, que era excelente guía, pero muy serio, nos prohibió hacer fotos del interior. Nos perdimos pues la oportunidad de traernos a casa, y poder incluir en este reportaje, imágenes de su iglesia tardogótica, con restos románicos, su impresionante retablo barroco, su Cristo románico, su órgano, sus pinturas, la sillería gótica del coro y las tumbas de lo condes Sancho García y su esposa Urraca, García Sánchez y los reyes Sancho el Mayor de Navarra y su esposa Doña Mayor y Sancho II de Castilla. Las imágenes que mostramos están obtenidas de diferentes folletos publicitarios. El claustro es gótico y muy rico, y pudimos fotografiarlo. El antiguo monasterio es hoy un centro asistencial y solo podemos disfrutar de su fachada. Visitamos más tarde la Iglesia de San Juan, que su simpático párroco nos la muestra con naturalidad. Después recorrimos el pueblo y comimos en un lugar de extraño nombre, pero eficiente cocina y amable trato: una paella y un redondo impecables. A continuación nos trasladamos a Frías, un lugar que hay que conocer por su particular trazado vrtical, lleno de pendientes, balcones al vacío y restos de bodegas de txakoli (?). La ciudad más pequeña de España, con tan solo 250 habitantes, nos adelanta la rubia guía que nos adentra en su historia y nos muestra el convento de San Francisco, la Iglesia de San Vicente, la judería y las diferentes murallas con sus casas colgantes. Una de ellas, que hace de Casa de Cultura, y que visitamos nos descubre la estructura de madera y los secretos pasadizos de ronda. La foto de grupo la hacemos en Tobera, ante su gruta con la ermita, el puente y el humilladero. Un buen recuerdo. De vuelta a casa vemos Paseando a Miss Daisy, la simpática película de Bruce Beresford, y espero que ninguna de las Amigas se identificase con Jessica Tandy, ni que José Mari, el chófer, que ya es uno de los nuestros, lo hiciera con Morgan Freeman. Por el camino, entre embalses, rios y presas, paramos a ver las dos torres de Fontecha: la de Orgaz y la de los Velasco.

Monasterio de San Salvador de Oña

Casas colgadas de Frías

 

Iglesia de San Juan de Oña

26 DE OCTUBRE
LAS TIERRAS DEL MUDÉJAR. TERUEL Y ALBARRACÍN

Teruel es fría, dicen, por decreto, por tradición y porque le da la gana. Teruel existió, existe y seguirá existiendo mientras haya personas con interés por el mudéjar. Teruel es la ciudad menos poblada de España, pero tiene una densidad de edificios de interés mucho más alta que la media. ¿Cómo que Teruel existe? Si no fuera así, nos perderíamos una de las ciudades más bellas del planeta. Y lo del frío, un complot de los medios, una conspiración judeo-masónica, que decía el ísimo.
El viaje de ida, largo. Dio para dos pelis entretenidas que nos propuso y comentó Fabián: una española de los 50, con un Fernán Gómez atolondrado y una Analía Gadé en plena sazón. La otra, de un submarino rosa con unas sargentas muy poco guerreras para la guerra, que no hacían más que estorbar y distraer a los soldados, también poco guerreros, por los pasillos, en las duchas y hasta en la sala de máquinas. Llegamos tarde, justo a cenar, y nos costó encontrar una calle por donde pasara el autobús Nos salió al encuentro una torre mudéjar, que no se presentó, pero que nos dejó boquiabiertos a todos.
El sábado, 27, amaneció espléndido. Dos grados centígrados, tan azules y luminosos, que parecían doce. Comenzamos la exploración por la Iglesia de las Carmelitas, que aunque no estaba programada, estaba a mano, pegada a la Plaza Pérez Prado, donde fotografiamos el Seminario, la Biblioteca y la Torre de San Martín. Pasamos bajo sus faldas y nos hicimos la primera foto de grupo, antes de atravesar otras faldas más airosas y con más piernas, las del acueducto. Visitamos la Plaza de la Catedral, que acoge el Ayuntamiento. Seguidamente el Museo Provincial, que recorrimos desde las caballerizas, en la planta baja, que muestra una importante colección de artesanía y oficios tradicionales, hasta las plantas superiores, destinadas a la arqueología más o menos profunda. La calle nos regaló un poco de dixieland, alegre y dinamitero, y las célebres almejas de Teruel, mejores que las de Pedreña. ¡En serio! Subimos a la torre de El Salvador, y por la tarde tocaba el Mausoleo de los Amantes, con su impresionante iglesia de San Pedro, policromada y su torreón mudéjar del S. XIII. Luego la catedral de Santa María de Mediavilla, donde no se nos permitió hacer fotos. Un majestuoso retablo teñido en diferentes tonos de nogalina y un artesonado, de 1300, único en su estilo, que justifica una visita a la ciudad. Alguna foto inevitablemente robada y otras, más tarde, a ras del callejeo. La célebre Plaza del Torico, cerrada por obras de reconversión en moderna plaza, y la Escalinata, tan cercana al hotel, quedó a medio visitar. Solo hasta el bajorrelieve de los amantes. De noche, libres de compromisos monumentales, toca descubrir los templos de jamón, dulces y otras opciones gastronómicas más emergentes, que se dice ahora.
El domingo, amaneció más azul, si cabe. A cuarenta kilómetros nos esperaba Albarracín. Decir espectacular o impresionante, es quedarse corto. Nos habían dicho que era demasiado bonito, y algunos comentamos que era el pueblo más hermoso que hayamos conocido. No se puede destacar nada. Todo es armónico: el paisaje, las casas, las murallas, las calles, etc. Además el otoño había coloreado los árboles de todas las gamas de verdes, amarillos, dorados y violetas. El cielo era del color marino y las piedras granates. Foto de grupo sobre una torre, junto al cementerio. Alubias blancas y codillo (más bien codazo) para comer en un asador cercano y vuelta a casa. Seis horas que dieron para siesta y dos pelis de Woody Allen: Balas sobre Broadway y Hannah y sus hermanas. Un buen final.

Nos recibió embozada a la puerta del hotel. Distante y elegante. Luego supimos que era la torre de El Salvador y que, tras un turbio pasado de faldas, tomaba copas en un bar de al lado. Nos hicimos buenos amigos.
La policromada Iglesia de San Pedro
Albarracín