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DE MARZO
EL DURANGUESADO
El 28 de marzo sábado y lluvioso nos fuimos de excursión por el Duranguesado (Vizcaya). Empezamos por la necrópolis de Arguiñeta (en Elorrio) donde se concentran una serie de sarcófagos pétreos de los siglos IX al XI ( alguno con inscripción latina) procedentes de distintas localidades de la zona que fueron reunidos junto a la iglesia en el siglo XIX. También hay tres estelas de tradición céltica.
Luego en el casco histórico de Elorrio vimos la basílica de la Concepción , con su impresionante planta de salón (siglo XVI) y el monumento funerario a San Valentín de Berriotxoa, misionero martirizado en Vietnam, natural de Elorrio y patrono de Vizcaya. El monumento de aire orientalizante, con un gran mosaico que relata la decapitación del santo, se erigió a comienzos del siglo XX, en estilo modernista dentro de la iglesia. Allí nos hicimos una foto de grupo.
Comimos en Durango, que fue bombardeada durante la guerra civil del 36 por los alemanes, un mes antes que Guernica (concretamente el 31 de marzo) y hubo más muertos, aunque menos daños materiales, que en aquella villa.
En Durango vimos el arco de Santa Ana (resto de la muralla), el Ayuntamiento con su fachada pintada en estilo rococó, y la basílica de Santa María de Iribarri (siglo XIV), con un hermoso retablo renacentista realizado por Ruiz de Zubiate, discípulo de Anchieta, y por supuesto nos hicimos otra foto de grupo en su inmenso pórtico de madera, el mayor del País Vasco, donde se realizaba el mercado.
Para finalizar nos fuimos a Tavira (hoy un barrio de Durango), donde según la tradición nació la primera población medieval que luego se desplazó a Durango. Allí visitamos la doble iglesia de San Pedro de Tavira, con su peculiar coro de madera que tiene una decoración muy parecida al de la Antigua de Zumárraga.
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Monumento funerario a San Valentín de Berriotxoa
Basílica de Santa María de Iribarri
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16 DE OCTUBRE
TEMPLOS, MUSEOS Y VIÑEDOS DE LA RIOJA
Nos cayó uno de esos días de frío otoñal, despejado y luminoso, en el que no te decides si llenar la maleta de vestuario antártico o de ese que llaman de entretiempo, que es peor porque, además de las camisetas alegres y los vaqueros, tienes que meter el atrezzo polar, por si a caso. Salimos como siempre, a las cuatro y media, pero como Logroño está ahí mismo, tuvimos casi toda la tarde de regalo. Al final todos acabamos en los laureles. ¡Con todo lo que tiene Logroño para ver y sentir! Es que somos primitivos y lo que más nos tira es comer y beber. De las otras tiranteces, a ciertas edades, es mejor no hablar. Y no me refiero a Montse, que llegó afónica. Afónica y griposa. En lugar de con un beso, nos recibió con una tos. Y se perdió la primera obra de arte logroñés. Unas barras de pinchos en estricto orden militar, esperando el clarín de las 20:00 horas para entrar en batalla. Nuestro grupo atacó algo, pero se reservó para la cena en el hotel Ciudad de Logroño, por si alguien se perdía en la desmemoria o en cosas menos otoñales. Menestra de verduras y bacalao a la riojana. Muy bien. Y la habitación, también.
La mañana del sábado, guiados por una Montse translúcida, cundió mucho. Primero la iglesia de San Bartolomé. Pura austeridad. Monocolor, elegante y de una belleza íntima que sobrecoge. De ahí a la iglesia de Santa María del Palacio. Muy cercana a la anterior y más lujosa. Con una preciosa pila de agua bendita, tallada en mármol blanco, a la entrada. Con un importante retablo y una serie de imágenes muy elocuentes. Nos llamó la atención una, en especial. Después la concatedral Santa María la Redonda. Todo un derroche de oro y alturas. Los fustes de las columnas, interminables. El retablo, como una sinfonía dorada y eterna. Altares por todas partes y todos apoteósicos. Con vírgenes de bronce dorado y marfil. Con verjas y mendigos en los reclinatorios. Vimos un calvario de Miguel Ángel y, muy cerca, el mausoleo de Espartero, pudoroso y triunfal, custodiado por dos confesionarios de caoba y un ángel. En plena contemplación, llegó el sacerdote a celebrar la misa de doce, nos saludó muy amablemente y nos invitó a la eucaristía. La seguimos distraídos, apoyados en la verja que protege un lujo de sillería. Arriba un órgano, que debe de producir vértigo el sonar de su trompetería. Al lado la capilla del Santísimo.
La iglesia de Santiago, estaba de boda riojana y casi no la pudimos disfrutar.Hicimos una rápida visita a las murallas y conocimos, por dentro, el Cubo del Revellín. De camino al hotel, pasamos frente al palacio de Espartero.
Tras las pochas y el lomo a la riojana, un poco de siesta. Visitamos, luego, el museo Würth, a las afueras de la ciudad. Un ejemplo de qué hacer con los beneficios excedentes para conseguir la vida eterna. Un espacio singular, una colección de arte contemporáneo de primer orden, una guía muy eficiente y unas exposiciones temporales de mucho nivel. Vimos las curiosas fotografías de DDiArte y la muestra de los misteriosos y obsesivos envoltorios de Christo and Jeanne Claude. El espacio merecía foto de grupo. Vuelta al hotel, descanso y noche libre. Nuestro grupo compartió la cena con una simpática cuadrilla en despedida de soltera, que nos invitó a tarta erótica, aunque el enorme falo de chocolate se volvió entero a la cocina. Espero que no le pase lo mismo al novio.
El domingo tocaba Briones. Hicimos escala en la bodega de Marqués de Riscal, en Elciego, y posamos ante la obra de Frank Gehry. Cerca de otra importante bodega, la de Vivanco, nos esperaba el párroco de Briones, un pequeño pueblo con increíbles sorpresas. Cada casa es un castillo, un palacio o una iglesia. La primera sorpresa, el párroco, un tipo campechano, que nos movió por sus dominios con maestría riojana. Comenzamos por la ermita de San Juan o del Santo Cristo de los Remedios. ¡Vaya con la ermita! Impecable. Con una colección de vestuario litúrgico del XV y una serie de relicarios que dan escalofríos. Y el Cristo, que pasa temporadas en la parroquia. Parroquia de Nuestra Señora de la Asunción, que es otra pasada riojana. Recuerda en las alturas a la catedral de Logroño. Sus órgano también se parecen, pero éste tiene un Bach autónomo, dentro que suena sin organista. El párroco tocó unos acordes que nos dejó pasmados. Y un Santiago que se sale de su retablo. Bueno realmente salimos pasmados de ese edificio, con esa torre, riojana y potente, finalizada en 1760. Vimos el Ayuntamiento, compramos algo y nos asomamos al balcón natural desde donde transcurre la vista, entre meandros, viñedos y montañas. Comimos menestra y pollo y, de postre, visita al Museo de la Cultura del Vino Dinastía Vivanco. Se merece ese nombre de cinco palabras, por su colección de arte alusivo al vino, por su colección de utensilios relacionados con la creación del vino y por su colección de más de doscientas clases de vides vivas. Otra manera de invertir los excedentes a favor de la cultura. De allí, a casa.
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Órgano de la concatedral de Santa María la Redonda
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Interior del museo Würth |
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