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DE MARZO
TUDELA Y CASTEJÓN
Uno siempre ha pensado que en la Ribera de Navarra y, más aun, cuando uno toca con la punta de los dedos esa especie de desierto que se llama Bardenas, el clima es seco y cálido. Pues no. En Tudela hacia frío, y como llegamos temprano, todo estaba cerrado, hasta los bares, esos lugares tan importantes cuando uno baja del bus, después de un viaje de dos horas. Antes, como de costumbre, Montse nos habia contado la historia de Tudela y la no tan extraña convivencia de judíos, cristianos y musulmanes que se produjo en una parte importante de la misma. La primera visita corresponde al Museo de Tudela, ubicado en un edificio pegado a la Catedral, que fue mezquita hasta la reconquista de 1119. Vimos una interesante colección de piezas de imaginería religiosa policromada, en el sótano. La capilla del Dean, es un espacio que nos congregó a todos. Arriba, una importante colección de pinturas de diferentes épocas, donde destaca un Juicio Final, atribuido a El Bosco. Del museo se pasa al claustro de la Catedral, que fue Colegiata hasta 1783, año en que Pío VI la ascendio de rango, cuenta con un precioso retablo gótico, dedicado a la Virgen. Hay que volver a la calle para visitar el otro trozo de la Catedral. Cerca de ella está en Museo de Cesar Muñoz Sola, una colección privada del pintor tudelano que cuenta con interesantes piezas que van, desde los bodegones, hasta los retratos. Hay mucha pintura francesa y la visita se hace muy agradable. De ahí a la Iglesia de la Magdalena, con una bella portada románica, que queda escondida entre calles y por los asistentes a una de las bodas que en ella se celebran. Pero también las bodas tienen su atractivo... Allí nos hicimos una foto de grupo, aprovechando las escalinatas. En esta ocasión, Pablo no acompañó a Montse que, odia perder el tiempo, nos hizo un recorrido por la zona histórica de la ciudad, y que cuenta con una importante colección de edificios singulares. Y como nos había prometido una sorpresa, nos acercamos al Palacio del Marques de San Adrián, un precioso edificio, que ocupa en este momento la UNED y que cuenta con unos murales de inspiración romana , que nos dejaron boquiabiertos. Claro que, era ya la hora de comer y aquella exposición dedicada al vino de Navarra, nos sirvió de aperitivo. En el Hostal Remigio nos esparaban con unas verduras de la tierra y unas carrilleras, que comimos rápido para volver al autobus. Pero había otra sorpresa, porque coincidió ese día una concentración de cofradías de Semana Santa, que defilaban por toda la ciudad, con sus tambores, y que habían hecho cambiar el tráfico. No hubo tiempo para la siesta, porque Castejón estaba a la vuelta de la esquina. Allí nos esperaba una guía para mostrarnos el Museo, que cuenta con una importante colección de piezas celtibéricas halladas en el cercano Cerro del Castillo y otras romanas del Montecillo. La parte alta esta dedicada al ferrocarril, con una gran maqueta animada que reproduce la cercana zona de la estación. Nueva foto de grupo frente a la fachada. Jose Mari, nuestro chofer habitual, tuvo que demostrar que, su destreza al volante del autobús, no es una leyenda, y conseguimos salir de aquel barrio en miniatura, tras un repertorio de magistrales maniobras.
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Museo de Tudela
Museo de Castejon
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22/23/24 DE NOVIEMBRE
ZARAGOZA
Un otoñal viernes de finales de octubre, el autobús de los Amigos viajaba a Zaragoza. Habrá que nombrar “chofer de honor”, algún año de estos, a este amigo goiherritara, por su buen hacer, y su paciencia, durante tantos viajes. Otra vez acompañaba el buen tiempo a una ciudad con fama de tenerlo asegurado. Fabián eligió “El milagro de Ana Sullivan”, un drama del 62. Uno de esos dramones que se acostumbraba a rodar en esa época para redimir a una sociedad mundial frita por las guerras. La historia de una niña aislada del mundo a causa de sus carencias físicas, y su profa, una Anne Brancoft extraordinaria. Hasta el autobús se mantuvo con la lágrima asomada a los faros, durante casi dos horas. Pues eso, que me contaron que los amigos llegaron a la capital maña con el cuerpo como pidiendo confesión. Digo que me contaron, porque en esta ocasión me quedé sin excursión, y tengo que hacer de re-reporter.
Como Zaragoza está cerca, esa tarde noche del 22 cundió más, y tras el rápido alojamiento en el Hotel Ramiro I, muy cercano a la Plaza del Pilar, una cena maña y a estirar las piernas por el centro. Alguien comentó que no necesitó salir a la calle para estirar nada, que le bastó con dar dos vueltas alrededor de su enorme habitación para dormir relajado.
Amaneció radiante el 23. Con una luz que llenó de energía a los amiguetes para visitar la Cartuja Aula Dei, situada en el barrio rural de Peñaflor. Fue fundada en 1563 por Hernando de Aragón, nieto de Fernando el Católico. Un interesante edificio gótico mudéjar, que guarda en su interior, una preciosa iglesia, y en el interior de su interior, unos valiosos murales de Goya con temática de la Virgen María. Solo siete de los once que pintó, se conservan. Me contaron que a más de uno le pareció interesante la descripción que, de la vida cartuja, hizo el único monje que se dejó ver, y cómo llegó a ella “en taxi”. Una de esas historias que traspasa las piedras sin romperlas ni mancharlas.
De ahí a la Aljafería, visita obligada, y con sus obras ya terminadas, supongo. Y los olivos de la entrada repletos de esas diminutas aceitunas mañas. Un lugar muy fotogénico que obliga a pasar del guía y dedicarse a capturar imágenes de sus infinitos rincones, como si fueran mariposas, y pegarlas en el Picasa de nuestro ordenador. No me contaron si hubo tiempo para el vermouth de grifo y las croquetas de molde, antes de la comida en el Hotel. Sí que la tarde fue intensa, y que comenzó por los sótanos de la Plaza del Pilar. Allí donde, en lugar de un parking, tuvieron que construir un museo. Y tan felices, claro. Porque encontrarse, sin querer, con los restos de un mercado de la época de Augusto y un foro de cuando Tiberio, pues no está mal. Porque Zaragoza es en realidad Caesaraugusta, aquella ciudad que fundara un valeroso emperador romano, que la bautizó con su nombre, quince años antes de que Jesús naciera en Belén, allí en Judea. Junto a él nos hicimos la primera foto de grupo. La segunda, también esa tarde, junto a los restos del teatro. De los restos arqueológicos al Museo de Zaragoza. Un vistoso edificio inaugurado en 1908 y diseñado por dos prestigiosos arquitectos zaragozanos: el ecléctico Ricardo Magdalena y el modernista Julio Bravo. Esta sede del museo más antiguo de la ciudad, alberga las secciones de arqueología y bellas artes, con importantes mosaicos y otras piezas romanas, el primero y pinturas de Juan de Juanes, Bayeu, Goya, Pradilla, Bayo o Sorolla, entre otros.
Tradicionalmente, esa tarde noche del sábado, la cena es libre para que, los que deseen conocer las exquisiteces del lugar, lo hagan sin ceñirse al programa de la excursión. Y así ocurrió también en Zaragoza. El grupo de dispersó por los diferentes rincones de la ciudad como si fueran buscadores de setas.
El domingo, 24, tras el desayuno y la preparación de las maletas, una rápida visita a la Seo, catedral gótica que contiene en sus entrañas, entre otras delicias una importante colección de tapices; La Lonja, donde se pudo visitar una exposición de Subirachs, El Pilar, las murallas y el museo de Gargallo. Y quedó tiempo para el aperitivo, antes de la paella de despedida del hotel. Un viaje muy aprovechado y con tiempo extraordinario, que se mantuvo hasta la salida de la ciudad. Para no perder la ocasión, se atravesó la zona donde estuvo instalada la Expo del Agua. Fue allí donde, como bendición final, el hisopo celestial dejó caer unas gotas que acompañaron a la comitiva hasta Donosti.
Pero para alegrar la vuelta, nada mejor que una buena película. Una de esas buenas, buenas y rebuenas: “Con faldas y a lo loco”. Lástima que el viaje de vuelta siempre se hace más corto y no se pudo escuchar eso de “Nadie es perfecto”.
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Museo de Gargallo y una de sus piezas (El profeta) |
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