20 DE ABRIL
MONASTERIOS DE SUSO Y YUSO, Y SANTO DOMINGO DE LA CALZADA
Parece que este invierno no se acaba nunca y hoy nos regala un día más, de frío y lluvia para templar los ánimos. Por el camino llueve como para dar nombre y apellido a este abril, pero llegando al destino, deja de hacerlo, aunque el frio se intensifica. Antes de llegar, Montse nos pone en antecedentes y nos da los tres turnos rigurosos de subida al bus que conduce a Suso. Finalmente no sirve para nada porque el chofer viene con otro vehículo mayor y ni siquiera cuenta a los que suben. El monasterio de Suso, está en la falda del monte, a pocos minutos de Yuso. Construido a finales del VI, alrededor de la tumba del eremita Aemilianus. Hoy cuenta con pórtico, con varias tumbas y, en el interior se distinguen varias ampliaciones y cambios de estilo (visigótico, mozárabe y románico). Pero el verdadero interés de este monasterio, que fue ante, cenobio y gruta eremita, es por las glosas que algún monje escribió al margen de un códice latino. Unas anotaciones en varias lenguas romances, derivadas del latín y en euskera. Las Glosas Emilianenses son el cebo de este lugar, al que se le denomina “la cuna del castellano y del euskera”. Una simpática guía nos cuenta con pelos y señales todos los pormenores del lugar y su historia.
El monasterio de Yuso es grande y, en su recorrido por tantas salas y salones de gran riqueza ornamental y patrimonial, llega a perderse la orientación y las referencias. Fue construido en 1053 por orden del rey García Sánchez III de Navarra, tras una serie de milagros de San Millán, aquel pastor que se hizo ermitaño y murió en 574, a la temprana edad de 101 años. El santo ayudo al ejército del rey navarro en varias batallas y es nombrado patrón de Castilla y copatrón de España. El rey quiso llevarse los restos de San Millán, guardados en un rico cofre, al monasterio de Santa María la Real de Nájera y parece ser que los bueyes se negaron, lo que fue interpretado como otro milagro. En ese mismo momento, el rey ordenó la construcción del monasterio de abajo, o Yuso. De aquella construcción ya no queda nada y lo que podemos ver en la actualidad, son reconstrucciones del siglo XVI y XVII, en estilo renacentista y barroco.
Bajando de la carretera y el aparcamiento, por una escalera de piedra, o bien por la entrada principal de ese nivel y atravesando varias estancias dedicadas al servicio del visitante, se accede a un patio con una gran portada barroca, con la imagen de San Millán a caballo, que se repite, al óleo, en el retablo de la iglesia. Representa al santo en la batalla de las Hacinas (Burgos) contra los moros. Llama la atención el trascoro, que divide la iglesia en dos partes. La posterior era solo para uso de los monjes benedictinos, y la anterior para el pueblo. La calidad de su sillería es impresionante, debida al tallista Matero Fabricio con los diseños de un monje de San Juan de Burgos, que divide ambos espacios con una puerta dorada de varias hojas. La iglesia, de tres naves, es de gótico decadente y da paso a la sacristía, que impresiona por su contenido, por su techo pintado y por su suelo de alabastro, material que mantiene las condiciones de temperatura y humedad más favorables para la conservación de las obras de arte. Subimos al claustro alto, donde tenemos la oportunidad de conocer los milagros de San Millán, a través de unos lienzos y podemos asomarnos al claustro bajo, que hemos visitado antes. Atravesamos otras estancias, como la que contiene treinta libros cantorales del siglo XVII, de hojas de pergamino y tapas de piel de vaca. Por su gran peso reposan sobre unos patines deslizantes de madera. Junto a ellos, una importante muestra de facsímiles de códices, entre los que encontramos uno de Gonzalo de Berceo. En otra sala vemos varias ricas arquetas, entre las que está la que se usó para transportar los restos de San Millán. Con importante revestimiento de piezas de marfil, con escenas de los milagros. Faltan algunas de esas piezas que se encuentran localizadas en varios museos europeos. Salimos del edificio, atravesando un largo pasillo donde se puede ver una copia del códice 60, en el que se encuentran las Glosas Emilianenses. Ya fuera, y frente a la portada, nos hicimos la foto de casi todo el grupo. El resto estaba aun dentro, en el último turno.
Tenemos tiempo de un descanso antes de entrar al gran comedor del restaurante. Paella, carrilleras de cerdo, profiteroles y un chupito del milagroso orujo de San Millán. Rápidamente al autobús, camino a Santo Domingo de la Calzada.
Situada en plena ruta francesa del Camino de Santiago, está dedicada a uno de sus santos más importantes, aunque la primitiva románica, se construyó bajo la advocación del Salvador y Santa María. Fue colegiata y después de 1232, catedral y sede del obispo de Calahorra. Es una importante construcción, con ábside románico, naves góticas y vidrieras, dos portadas del XVIII, y una altísima torre barroca. Anteriormente tuvo dos torres más, una románica y otra gótica, que no resistieron a la historia. El interior, dividido en dos partes por el coro de rica sillería. Tiene un deambulatorio que permite circular alrededor del altar mayor. Pero si, dentro de su grandiosidad, hay que señalar alguna particularidad, esta catedral es la única que tiene una capilla, con una jaula en lo alto, donde un gallo y una gallina blancos, pasan el día picoteando y cantando en gregoriano. Y todo en memoria de un joven y bello peregrino, que a su paso por la posada de la localidad, dejó enamorada a la hija del posadero, que al no verse correspondida coló entre sus equipajes un vaso de plata, para denunciarlo por ladrón. El joven fue ahorcado, pero el santo obró el milagro haciendo cantar a la gallina ya en pepitoria. Frente a esta capilla está el sepulcro de Santo Domingo, en alabastro policromado y guardado dentro de una rica reja. De vuelta a casa, Fabián nos recomendó una película, casi de Arte y Ensayo. Su título, ¡Que viva Italia!, una pieza coral del 77, con tres de las mejores batutas del cine italiano y una docena de sus mejores actores. Muy divertida y muy italiana. |
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La sacristía del Monasterio de Yuso |
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Capilla del gallo y la gallina.
Claustro alto con los lienzos con los milagros de San Millán.
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28 DE SEPTIEMBRE
ÁVILA Y ARÉVALO (Las Edades del hombre)
Cuando se trata de movilizar a sesenta personas, las opciones a elegir un destino, se reducen mucho. Visitar Ávila y Las Edades del Hombre en Arévalo, era la segunda, pero se convirtió en la primera por cuestiones logísticas. Nuestro especialista en cine se quedó en Donosti a rematar el Zinemaldi y nos recomendó dos piezas para el camino: “Historias del Bronx”, un peliculón interpretado y dirigido por Robert de Niro en el 93, que habíamos visto recientemente, y “El Millonario”, la divertida comedia del 54, cuyo DVD no estaba en la caja. Finalmente vimos una del archivo de Goiherri Bus a una Venecia infesta de mafias y mala gente.
Llegamos, ya de noche, a Ávila; cenamos espárragos y pescado en el Hotel Carmelo. A la mañana siguiente, tras el desayuno/buffet, dimos un rodeo, en bus, por las murallas. El pronóstico era lluvia y se cumplió mientras visitábamos ese mirador de las Cuatro Columnas, meta volante de la huida traviesa de Santa Teresa. ¡Pero hubo foto de grupo! A pesar de la lluvia, los resbalones y el contraluz. Visita a la Catedral, parapetada en uno de los cubos de la muralla. Comenzada su construcción por Fruchel, en el siglo XII, es la primera catedral gótica de España, que se remata en el siglo XV. Su fachada asimétrica y custodiada por una cuadrilla de leones como de circo, crea una perspectiva singular. Nos recibe el imponente trascoro, un muro de piedra caliza tallado por Lucas Giraldo y Juan Rodriguez. El templo es de una gran riqueza y fotogenia. Cada capilla, cada vidriera, cada rincón pide una historia y una foto. El retablo principal, comenzado en 1502, por Berruguete, continuado por Santa Cruz y finalizado por Juan de Borgoña. Muy cerca de la catedral, frente a la entrada principal de las murallas, visitamos la Basílica de San Vicente, edificada en el mismo lugar donde fueron enterrados, tras el martirio, los hermanos Vicente, Sabina y Cristeta, en el año 306, durante la persecución de Diocleciano. Es un bello templo románico de recias proporciones, que se finalizó en el siglo XIV, gracias a las ayudas de Alfonso X el Sabio y Sancho IV. En la nave central se encuentra la imagen románica de la Virgen de la Soterraña, patrona de Ávila. Destaca el cenotafio, en piedra policromada, de los Santos Hermanos Mártires, una pieza muy importante de la escultura románica española. No contiene los restos de los mártires, que tras muchos traslados, ahora reposan en unas urnas del altar mayor. Y, desde luego, es visita obligada, la cripta, con dos capillas. En la segunda, la roca donde depositaron los restos de los mártires.
Antes de ir a comer al hotel, queda un rato para callejear, y conocer los templos gastronómicos de la ciudad. Un aperitivo antes de sumergirnos en las lentejas, con chorizo y tocino, y pollo al ajillo. Un poco de descanso y vuelta al bus para visitar el Real Monasterio de Santo Tomás de Aquino, fundado como convento dominico, fue residencia de verano de los Reyes Católicos y enterramiento de su joven hijo y heredero Don Juan, en un bello sepulcro de mármol blanco realizado en 1510 por Doménico Fancelli. Este templo albergó el Tribunal de la Inquisición y fue la última residencia de fray Tomás de Torquemada. Mantiene, así mismo, el confesionario de Santa Teresa. Parece ser que toca época de bodas y, en esta iglesia estaba prevista una, por lo que hubo que darse prisa para disfrutar de los tres claustros, el retablo de Berruguete y el museo de Arte Oriental, habitado por divinidades taoístas, como Fu Sing, Shou Sing y Lu Sing. Terminada la visita, algunos optamos por hacer la Ronda de la Murallas, pero resultó pasada por agua y acabamos secando nuestra desdicha, en el Parador, con cerveza, cacahuetes y patatas fritas. De allí al hotel, a descansar un rato, antes de la noche libre, en la que cada cual se buscó su cabrito, su tostón o su ensalada de berros.
Madrugamos el domingo para llegar temprano a Arévalo, sede de la XXV. Edición de Las Edades del Hombre. Esta bella localidad, de apenas 8000 habitantes se encuentra, más condecorada que, decorada con el Credo, lema de esta edición. La muestra está repartida en tres diferentes iglesias (Santa María, San Martín y El Salvador), con un contenido corto, místico y muy bien organizado de 92 importantes piezas de arte religioso, como el Cristo yacente de Gregorio Fernández o una tabla flamenca anónima que representa el Árbol de Jese. Y otras curiosas, como el friso de Antonio Oteiza, la pieza de Pablo Gargallo o la gran cabeza de niño de Antonio López de la salida. Arévalo es una de esas localidades a recordar, por su patrimonio, por sus edificaciones en estilo mudéjar, su castillo, sus siete iglesias, su ermita, su muralla, su puente y por su plaza, donde disfrutamos de los torreznos, la morcilla y del viento fresco castellano. Comimos en el Tostón de Oro, abarrotado y con un vino de concurso (de malos brebajes), unos embutidos y una carne en salsa, con un buen pan castellano, que duró hasta el desayuno del lunes en Donosti. Y nada más. Cuatro horas y media de vuelta a casa, medio sesteadas, y disfrutando de dos horas y media de una deliciosa película de negros y blancos (Criadas y señoras)
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Imagen de Santa Teresa en el Real Monasterio de Santo Tomás de Aquino
La puerta de San Vicente de las Murallas de Ávila
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